RESEÑA DE MADS DE A CONTRACORRIENTE FILMS
Prepárate para perder la cabeza. David Moreau regresa por la puerta grande con MadS, una auténtica bomba cinematográfica que redefine la palabra adrenalina. Si pensabas que ya lo habías visto todo en el cine de terror, estás muy equivocado: MadS no solo eleva el concepto del plano secuencia, lo quema, lo pisa, lo retuerce y lo lanza por un acantilado en llamas. Aquí no hay cortes. No hay descanso. No hay oxígeno. Solo una noche ,la peor noche imaginable, descendiendo a un infierno que parece no tener fondo.
La historia arranca con Romain, un chaval de 18 años que solo quería probar una pastilla nueva antes de salir de fiesta. En cuestión de minutos, su vida se convierte en una espiral de locura, paranoia, violencia, delirio y pura supervivencia. La mujer herida que encuentra al borde de la carretera es el disparo de salida, y lo que ocurre después es una pesadilla sin frenos que Moreau filma en un único e imposible plano secuencia de 88 minutos, sin trucos, sin ediciones ocultas, sin salvavidas. Y tú lo sientes en la piel. MadS es un mal viaje hecho película, una caída libre desde la primera calada hasta la última gota de sangre, un trance visual donde la cordura arde como una cerilla en mitad de un vendaval. Cuando la realidad se derrite, tú te derrites con ella.
En el apartado técnico, Philip Lozano convierte la cámara en un fantasma pegado a la espalda de los personajes: corre, tropieza, sube escaleras, entra en coches, motos, ascensores y hasta callejones imposibles sin pestañear. La iluminación estalla como un ataque epiléptico emocional, con luces que guían, que engañan y que torturan. La música de Nathaniel Mechaly funciona como un torbellino sensorial que salta del electro de discoteca al zumbido demoníaco, pasando por silencios que pesan como una losa en el pecho. El diseño sonoro, directo, abrasivo y paranoico, te persigue como si estuvieras atrapado dentro de un colapso psicótico real.
Las actuaciones son otro de los pilares de esta locura. Milton Riche deja los nervios en pantalla con una interpretación brutal, física y frenética. Laurie Pavy es gigantesca: su descenso emocional es terror puro y palpable. Lucille Guillaume, por su parte, llega tarde… pero cuando llega, destruye el aire de la sala. Cada personaje es una chispa dentro de un incendio descontrolado que nunca deja de expandirse.
En cuanto a temas, Moreau mezcla paranoia, control, vigilancia estatal, drogas, aislamiento urbano y un contagio que podría ser biológico… o mental… o ninguna de las dos cosas. El espectador vive atrapado en una duda constante: ¿es un brote real o estamos todos viajando dentro de una mente rota? Esa ambigüedad potencia el desconcierto y convierte la experiencia en un rompecabezas de terror sensorial y psicológico.
MadS crece, muta y se expande sin parar. Es 28 días después , pasado la técnica de 1917 y la energía salvaje de REC, pero con un sello único: electricidad francesa pura en vena. La película avanza como un huracán imparable, un apocalipsis íntimo y visceral que no te permite descansar ni un solo segundo.
Aunque MadS funciona a primera vista como un descenso a la locura, también puede interpretarse como un retrato feroz de una juventud completamente desorientada. La película nos presenta a un protagonista ,Romain, que inicia el caos con un gesto tan cotidiano como irresponsable: consumir una droga desconocida simplemente “porque sí”, por curiosidad, por aburrimiento o por la presión de un ambiente donde la fiesta es la única brújula. Ese impulso inicial, casi inocente, se transforma en una reacción en cadena que simboliza cómo muchas generaciones jóvenes se ven atrapadas en espirales de decisiones impulsivas, falta de dirección y vulnerabilidad ante un mundo que no les ofrece guía ni refugio.
La fiesta que ocupa gran parte del metraje actúa como un microcosmos de esa juventud perdida: un espacio de ruido, humo, luces estroboscópicas, conversaciones vacías y emociones aceleradas donde todo parece muy intenso pero nada tiene verdadero peso. Moreau lo muestra como una burbuja emocional donde la gente baila, bebe y se droga, incapaz de ver ,o quizá sin querer ver, el derrumbe que está a un metro de distancia. La cámara pegada al cuerpo refleja la ansiedad de una generación que vive sin descanso, siempre en movimiento, incapaz de detenerse a pensar. La propia estructura en plano secuencia refuerza la idea de que no hay pausas, no hay reflexión, solo una carrera constante hacia adelante aunque el camino esté lleno de precipicios.
Los personajes jóvenes de MadS no solo están perdidos físicamente mientras huyen por las calles, sino emocionalmente. Romain, Ana y Julia esconden conflictos personales sin resolver, infidelidades, embarazos no asumidos, inseguridades, dependencia emocional y un miedo casi infantil a enfrentar las consecuencias de sus actos. Todos ellos pasan la noche escapando, mintiendo, negando, improvisando… en un comportamiento que simboliza una inmadurez estructural: la incapacidad de tomar control de sus propias vidas.
La irrupción del “virus” o contaminación ,sea biológica, psicológica o inducida por drogas, funciona como metáfora del contagio social del malestar juvenil: ansiedad, autodestrucción, falta de propósito, rabia interior. Es significativo que los infectados se vean atraídos por la luz: una imagen poderosísima que puede interpretarse como la búsqueda desesperada de una salida, una verdad, una guía… cualquier cosa que ilumine un mundo lleno de sombras. Pero esa luz también los destruye, lo que refleja la contradicción de una juventud que busca respuestas rápidas, salvaciones instantáneas, aunque estas terminen dañándolos aún más.
Incluso la intervención de los militares o del “poder” no ayuda: representan la autoridad adulta que llega tarde, que no interviene, que dispara antes de comprender, que no ofrece soluciones. La juventud es la que lleva la peor parte: confundida, perseguida, manipulada y finalmente sacrificada.
En el fondo, MadS puede verse como una advertencia: una generación que vive sin dirección, sin apoyos, sin estabilidad emocional ni social, es extremadamente vulnerable a cualquier chispa que encienda el caos. El film lo muestra todo a través del horror, pero la metáfora late constantemente: la verdadera infección es el vacío existencial de una juventud que nadie ha sabido acompañar.
Otro aspecto que refuerza la lectura de MadS como un retrato de la juventud perdida es la presencia constante de la autolesión, mostrada en pantalla de forma brutal pero profundamente significativa. Desde la primera aparición de la mujer vendada ,que se golpea salvajemente contra el salpicadero hasta destrozarse, la película sitúa la autodestrucción en el centro del discurso. No es un gesto gratuito: funciona como metáfora de una generación que muchas veces canaliza su dolor hacia sí misma porque no encuentra otra vía para expresarlo, pedir ayuda o romper el silencio.
La conducta de Romain y de los demás personajes jóvenes también encaja en esta lógica autolesiva, aunque más sutil. Consumir drogas desconocidas, ponerse en situaciones peligrosas, ignorar señales evidentes de peligro, exponerse emocional y físicamente a relaciones tóxicas… todo forma parte de un patrón de autodaño que la película presenta como algo casi normalizado en su entorno. El plano secuencia funciona como espejo de esa autodestrucción: no hay pausas, no hay tiempo para reflexionar ni detener la caída. Es un deterioro continuo y acelerado, igual que el de muchas vidas jóvenes que se precipitan hacia el colapso sin que nadie intervenga.
Incluso el “virus”, si se interpreta simbólicamente, puede verse como una representación extrema del impulso autodestructivo: los infectados no solo dañan a otros, sino que también tienden a hacerse daño a sí mismos, golpeándose, rasgándose, destruyendo su propio cuerpo como si fuera la única forma de aliviar un dolor interno insoportable. Es una imagen hiperbolizada, sí, pero emocionalmente muy cercana a realidades que viven muchos jóvenes atrapados en ansiedad, desesperanza o frustración.
El comportamiento errático, los ataques de pánico, la búsqueda desesperada de estímulos (luces, música, ruido), el consumo descontrolado, la huida constante… todo forma parte de esa espiral donde la autolesión no es solo física, sino también emocional y psicológica. Los personajes no saben cómo cuidarse, cómo contenerse, cómo detenerse. Tampoco cuentan con adultos que los guíen: la autoridad solo aparece para reprimir, no para ayudar. La película insinúa así que la juventud, abandonada a su suerte, termina buscando la salida en sí misma, incluso si esa salida duele.
En este sentido, MadS no es únicamente un terror de contagios: es un terror profundamente humano, un espejo deformado pero reconocible de una generación que se hiere porque no encuentra otra forma de sobrevivir.
Además de su contundencia visual, MadS destaca por la manera en que su propuesta formal condiciona la experiencia emocional del espectador. El uso del plano secuencia no funciona solo como demostración técnica, sino como un mecanismo para sumergirnos en un estado de desorientación constante que replica ,con sorprendente fidelidad, la sensación de una pesadilla vívida o de un mal viaje del que no se puede escapar. La cámara, siempre demasiado cerca, respira con los personajes y convierte la fiesta, las calles y los pisos donde se esconden en laberintos opresivos sin respiro posible. Este enfoque potencia la deriva psicológica de Romain, Ana y Julia, quienes son arrastrados más que guiados por una espiral de caos donde la línea entre percepción y realidad se diluye. Aunque la narrativa deja lagunas y algunas decisiones de guion resultan extrañas, la película compensa estas flaquezas con un crescendo de tensión que, una vez desatado, solo apunta hacia un destino implacable. En ese sentido, MadS funciona como un descenso visceral a un apocalipsis íntimo, uno que reinterpreta el subgénero zombi desde la fisicidad de la experiencia antes que desde la mitología del contagio.
En conjunto, la carrera de David Moreau revela un director que, aunque experimenta con distintos géneros, mantiene un interés constante por la vulnerabilidad humana, la tensión emocional y los personajes sometidos a situaciones extremas. Su trayectoria combina exploraciones del terror, la psicología, la aventura juvenil y la comedia romántica, culminando en proyectos técnicamente audaces como MadS, que sintetizan y elevan todo lo aprendido a lo largo de su filmografía.
Su debut como director llegó con “Ils” (“Ellos”, 2006), una película de terror y suspense co-dirigida con Xavier Palud que se convirtió en un referente del género dentro del cine francés. Unos años después, en 2008, ambos dirigirían el remake estadounidense “The Eye (Visiones)”, protagonizado por Jessica Alba, con el que trasladaron al público occidental un terror más estilizado y sobrenatural.
En 2013, Moreau dio un giro sorprendente a su carrera al alejarse por completo del horror para dirigir “20 años no importan”, una comedia romántica encabezada por Virginie Efira y Pierre Niney. Este cambio de tono demostró su versatilidad y su capacidad para manejar géneros radicalmente distintos, pasando del miedo y la tensión al romance y el humor ligero.
En 2017 dirigió “Solos” (“Seuls”), adaptación del cómic de Fabien Vehlmann y Bruno Gazzotti. La película mezcla aventura, misterio y ciencia ficción, siguiendo a un grupo de adolescentes que despiertan en un mundo donde todos los adultos han desaparecido. Con esta obra, Moreau volvió a explorar la fragilidad juvenil, la soledad y la supervivencia, temas recurrentes en parte de su filmografía.
En 2022 regresó con “King, mi pequeño rey”, una comedia-aventura familiar sobre un cachorro de león perdido. La película se dirigió a un público infantil y generalista, mostrando una faceta más amable, emocional y accesible del director, y su habilidad para adaptar su estilo a audiencias más amplias.
En 2024 volvió con fuerza al terror con “MadS”, su película más ambiciosa y arriesgada. Rodada íntegramente en un único plano secuencia, la cinta supone un reto técnico notable y un regreso a su vena más oscura, visceral y psicológica. MadS condensa su experiencia en el suspense, el terror físico, la tensión narrativa y el retrato de personajes al límite.
Finalmente, en 2025, en su filmografía aparece “O.T.H.E.R.”, un thriller psicológico protagonizado por Olga Kurylenko, que vuelve a sumergirse en un terreno inquietante donde la paranoia, la vigilancia y la identidad parecen entremezclarse. Esta obra muestra su interés persistente por la tensión mental y los ambientes opresivos.
MadS es una de las películas de terror más intensas, innovadoras y físicas del 2024. Una experiencia total. Un ejercicio de estilo desquiciado. Un viaje a la locura que te deja sin sin respiración y sin palabras. Recomendadísima. Imprescindible para cualquiera que busque algo capaz de sacarlo de la silla y lanzarlo directamente por la ventana.
Como ocurre en la mayoría de las ediciones de A Contracorriente, este lanzamiento incluye un valor añadido en forma de contenidos extra. Se incluye el tráiler oficial, una extensa entrevista a David Moreau realizada durante el Festival de Sitges y una selección de otros títulos disponibles a modo de tráiler promocional.
Mads - Blu-ray
Lucille Guillaume (Actor), David Moreau (Director)
Tras probar una nueva droga, Romain sale de fiesta. De camino, recoge a una mujer herida de un lado de la carretera, la cual, al subir al coche, es presa del pánico y se golpea la cabeza hasta morir. Así comienza una noche de pesadilla durante la que Romain será incapaz de distinguir qué es real y qué son los efectos de un fármaco tan misterioso como potente.
Detalles del producto
Clasificado : No recomendada para menores de 18 años
Dimensiones del paquete : 17,2 x 14 x 1,1 cm; 95 g
Director : David Moreau
Formato multimedia : Adulto, Blu-ray
Tiempo de ejecución : 1 hora y 29 minutos
Fecha de lanzamiento : 14 octubre 2025
Actores : Lucille Guillaume
Subtitulado: : Castellano
Estudio : A Contracorriente Films, S.L.
ASIN : B0FRG6CF6Y
País de origen : Francia



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